miércoles, 25 de enero de 2012

FANNY BLANKERS – KOEN, "LA MAMÁ VOLADORA"

- Jan, quiero irme a casa. Echo mucho de menos a los niños.
- Nos iremos si quieres, Fanny, pero tengo miedo de que te arrepientas el resto de tu vida.

    Lejos de su hogar holandés, en Londres, Fanny Blankers – Koen tuvo uno de los escasos momentos de desaliento de su vida. La presión que soportaba esos días le hacía pensar en renunciar a su gran pasión; ésa que había descubierto 13 años antes.

    En 1935, Francina Elsje Koen, una chica de 17 años que practicaba gimnasia, esgrima y natación, buscaba un entrenador que la ayudara en su carrera deportiva. Su profesor de natación le aconsejó que se dedicara al atletismo, al haber muchos nadadores holandeses, y así conoció al preparador y periodista deportivo Jan Blankers. Éste no era partidario de la participación de mujeres en las olimpiadas, en sintonía con Pierre de Coubertin, el promotor de los Juegos Olímpicos modernos, que había dicho: “El deporte femenino no es práctico, ni interesante, ni estético, además de incorrecto”. Pero pronto quedó tan impresionado del talento y versatilidad de Koen que desechó tales ideas y se consagró a ella. Aunque parecía sobre todo capacitada para la velocidad y las vallas, también probó con los 800m y los saltos. Fruto de ese talento y del entrenamiento de sólo un año llegaría su 6º puesto en altura y 5º en 4x100m en las Olimpiadas de Berlín en 1936. Pese a no ganar ni subir al podio, los presentes en el estadio acabaron por fijarse en ella, pues la joven y blanca Koen fue tímidamente a pedirle un autógrafo a su ídolo Jesse Owens en la misma pista. El atleta negro que había ganado cuatro oros en los Juegos de la Alemania nazi le firmó el papel, uno de los momentos de los que Koen se sentía más orgullosa.
   
    Helsniki 1940 iban a ser los siguientes Juegos, pero ni esos ni los de 1944 se llegaron a celebrar, por la Segunda Guerra Mundial. Mientras, en una holanda ocupada por los nazis, Koen seguía entrenándose con disciplina. Se casó con Jan Blankers, y en 1941 tuvieron a su primer hijo. Ama de casa, madre y con su país invadido, todo indicaba que la carrera de Fanny Blankers – Koen había terminado. Sin embargo, a las pocas semanas de dar a luz volvió a entrenar, y al año siguiente igualó el récord del mundo de 80m vallas. Posteriormente batiría los de salto de altura y de longitud, y el de 100m, aunque éste no fue homologado porque fue en una carrera en la que también participaron hombres. En 1946 volvió a ser madre, de una niña que no le impidió acudir ese mismo año a la primera competición tras la guerra, los Campeonatos de Europa de Oslo. Fue campeona de 80m vallas y 4x100m, y 4ª en altura, prueba por la que tuvo que renunciar a los 100m, con cuyas semifinales coincidía. El cambio de horarios para favorecer las gestas de los grandes atletas, como ocurrió con Michael Johnson en Atlanta '96, aún estaba lejano.

    Y llegó la gran cita. Los Juegos Olímpicos de Londres 1948. Con 30 años, prácticamente desnutrida en comparación con las atletas australianas y estadounidenses, que no habían sufrido la hambruna de una guerra, y madre de dos niños, nadie apostaba por ella. El seleccionador inglés de atletismo resumió el sentir general: “esa holandesa es imposible que nos arrebate alguna medalla, es muy vieja y ya ha parido”.
    Con esos ánimos, y centrada en las pruebas de carrera, se plantó en un embarrado estadio de Wembley para disputar los 100m. Bajo la lluvia, ganó el primer oro olímpico de una atleta holandesa. No había hecho más que empezar, pero las exigencias del clima y las eliminatorias previas se iba haciendo notar. Ya en la final de 80m vallas, Blankers – Koen pensó que había hecho una salida falsa, y tuvo que remontar valla tras valla hasta que alcanzó sobre la línea a la británica Maureen Gardner. Cuando se oyó en el estadio el himno del Reino Unido, la desilusión, la fatiga y la añoranza de su familia cayeron sobre ella. Sin embargo, el himno había sonado porque la familia real entraba en esos momentos en Wembley, y tras la foto finish se anunció que era la holandesa la ganadora.
    Tras tantas emociones, en un día tan duro y tan feliz a la vez, fue cuando Blankers – Koen confesó a su marido sus ganas de abandonar. La confianza de éste en ella la convenció, y al día siguiente acudió a su cita con la historia.
    Blankers – Koen, descansada y renovada, barrió a sus rivales en los 200m llegando siete décimas por delante de la segunda clasificada, una distancia aún no igualada por nadie. Ahora le quedaba el relevo corto, en el que era la última posta; cuando le entregaron el testigo, Holanda iba en tercera posición; sin embargo, la mejor velocista de los Juegos iba a demostrar su poderío cruzando la cinta de meta en primera posición, con ese gesto característico que tenía al llegar a meta, echando la cabeza hacia atrás. Había ganado su cuarto oro, el de los 4x100m, con un equipo en el que las cuatro corredoras eran madres y amas de casa. Y había igualado la proeza de su ídolo Jesse Owens. Ya ni siquiera importaba que las ganadoras de salto de altura y de longitud ni se hubieran acercado a los récords mundiales que ella poseía.
    El recibimiento en Amsterdam estuvo a la altura de su hazaña. Montada en un carruaje tirado por caballos, sus compatriotas la arroparon  con flores y aplausos por toda la ciudad, hasta su recepción por el alcalde. El municipio le regaló una bicicleta, “para que no fuera siempre corriendo”. Su respuesta ante tanto agasajo fue similar en sencillez: “Todo esto, por correr unos pocos metros”.
    Convertida ahora en ídolo nacional, y en ejemplo para muchas mujeres, recibió multitud de ofertas para convertirse en reclamo publicitario, pero al estar sujeta a las normas amateur de aquella época, eso fue imposible. No obstante, se embarcó en una gira para promocionar el deporte femenino, visitando Estados Unidos y Australia.

    Londres fue el momento culminante para Blankers – Koen, que en Helsinki, ya con 34 años, sólo pudo llegar a la final de 80m vallas, donde se lesionó. Sin embargo, aún le quedó tiempo para ser Campeona de Holanda en 1955, en lanzamiento de peso. Era su título nacional número 58, y por el camino había conseguido además 20 récords mundiales. Posteriormente fue seleccionadora holandesa de atletismo durante diez años, antes de retirarse por completo en 1968. A la muerte de su marido Jan, en 1977, se mudó también a un pequeño pueblecito.
     Finalmente, en 1999, la Asociación Internacional de Atletismo la proclamó, tras una votación, la mejor atleta femenina del siglo XX. Para cerrar el círculo, el otro galardonado fue Carl Lewis, quien también había ganado cuatro medallas de oro en unas olimpiadas, como ella y su admirado Owens.

    Blankers – Koen murió en 2004; vivía retirada aquejada de Alzheimer, pero había conocido el auge del deporte femenino al que ella había contribuido. De las 19 mujeres que participaron por primera vez en París, en 1900, se pasó en Pekín 2008 a más de 6.000. Un 42% de los participantes que, tal vez sin saberlo, debían mucho a “la mamá voladora”.

1 comentario:

  1. Uaaah, Oli, me hago fan desde ya! Enorme! Lo compartiré por facebook porque no tiene desperdicio. Enhorabuena... deseoso estoy de que le dediques tiempo y constancia a este blog!

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